Desde 2024, un número creciente de músicos, desde bandas independientes hasta artistas reconocidos mundialmente, han decidido retirar sus catálogos de Spotify. Grupos como los neozelandeses The Bats denunciaron que cada reproducción les deja una ganancia mínima, lo que subraya lo que consideran una compensación desproporcionadamente baja por su trabajo. Este fenómeno no es únicamente ético, sino que también es profundamente económico, pues los artistas argumentan que el modelo de negocio de Spotify no favorece la creación artística ni reparte equitativamente los ingresos.
El valor desigual de un stream
Para entender las implicaciones, primero debemos ver cómo funciona la monetización en Spotify. La tarifa promedio por stream en la plataforma ronda entre US$ 0.003 y US$ 0.005. Si un artista logra 100,000 streams, eso equivale a un ingreso bruto de solo US$ 300-500 antes de que el sello, los compositores, y otras partes reclamen su parte. En la práctica, al deducir costos, distribución y comisiones, la cifra final para el creador puede reducirse considerablemente, lo que hace que muchos músicos denominen el sistema como poco sostenible y rentable.
El modelo económico de Spotify presenta además retos estructurales, pues aunque Spotify paga miles de millones en royalties al año, esta suma se distribuye entre miles de artistas, de los cuáles solo una pequeña fracción recibe parte significativa. Esto implica que aún cuando la plataforma genera millones de dólares de ingresos, la mayoría de los creadores reciben montos muy reducidos. La remuneración por reproducción varía además según país, plan de usuario (gratuito vs. Premium) y acuerdos del sello, lo que significa que un stream en Estados Unidos puede valer varias veces más que un stream en mercados emergentes. El riesgo es que los artistas perciben que el sistema favorece la escala masiva a costa de la diversidad y el sustento creativo.
Un acto económico disfrazado de protesta
Frente a estos factores, varios artistas decidieron migrar o retirar su música. Un artículo de The Guardian documenta cómo bandas como Deerhoof y King Gizzard & the Lizard Wizard anunciaron públicamente la salida de su catálogo en protesta al modelo y a la inversión del CEO de Spotify en una empresa de tecnología militar. Para ellos, dejar la plataforma significó sacrificar visibilidad por integridad y rentabilidad, y optar por canales alternativos donde la remuneración es más directa o más alta por reproducción.
Por ejemplo, si un artista recibe 50,000 streams al mes en Spotify y asume una tarifa promedio de US$ 0.004 por stream genera un ingreso bruto de US$200 al mes ó US$ 2400 al año. Pero después de aplicar la división con el sello, la editorial y la distribución, el ingreso neto para el artista probablemente establezca entre US$ 1000 y US$ 1500 al año, una cifra claramente insuficiente para sustentarse solo con streaming. Esto explica por qué algunos deciden migrar a plataformas como Bandcamp o Tidal donde la tarifa por reproducción o venta es más generosa.
Cómo los artistas están reescribiendo la economía del streaming
La salida de artistas de Spotify hacia otras plataformas no solo transforma el panorama musical, sino que también altera la economía que sostiene al streaming. Cuando cientos o miles de músicos reducen su presencia o abandonan la plataforma, el catálogo se contrae, las suscripciones varían y los ingresos comienzan a redistribuirse entre nuevos actores del mercado. Este reajuste podría impulsar cambios en el modelo de negocio, desde esquemas de suscripción sin opciones gratuitas hasta cooperativas que permitan a los artistas gestionar sus propios derechos. La competencia, entonces, ya no se limita al talento creativo, sino que se extiende al terreno económico.
Este fenómeno confirma que cada reproducción también mueve la economía detrás de la música. En un contexto donde muchos creadores perciben una desconexión entre el valor artístico y la compensación financiera, dejar Spotify se convierte en una decisión estratégica más que simbólica. El futuro del streaming podría definirse no por el volumen de reproducciones, sino por la justicia en su distribución, marcando un nuevo equilibrio entre creatividad, negocio y sostenibilidad.









